sábado, 29 de enero de 2011

CONVERSACIONES CON LA CHICA DEL PEAJE: curiosear las miradas

Cierta vez me contaron la anécdota de Sócrates. Dice así: un día cualquiera caminaba Sócrates por las calles pedregosas de Atenas y se le acercó un gentíl para incomodarlo con un interrogante sobre el arte del pensar. Sócrates lo miró interesado y le espetó lo siguiente: "la filosofía es una espiral que sube una montaña muy alta, solo sube. No admite el descenso". Dicho esto el ateniense se retiró más turbado de lo que había llegado y Sócrates continuó su camino, impávido.
No se si este relato es verídico. A lo más que llegué es que él se había vuelto una muletilla en muchas cátedras de filosofía en Argentina. Tengo el convencimiento que debe ser, la anécdota socrática, una de esas leyendas que habitan los saberes socializados y se transmiten ininterrumpidamente en el tiempo y el espacio.
Sin embargo, ese relato tiene un profundo significado si lo escudriñamos detenidamente. Nos transmite un mensaje contundente; la filosofía es parte de la vida misma, porque ella tampoco admite retorno ¿O es que alguien volvió a nacer? ¿O regresó al instante anterior de un momento cualquiera? La perdurabilidad es una químera. La diosa Casandra no admite remilgos de nostalgias perdidas. Sócrates lo sabía muy bien y así lo expuso, en el supuesto caso que la anécdota tenga raíces ciertas...
La chica del peaje me miró intrigada. Extendió su cuerpo y se incorporó lentamente. Hacía calor en la caseta y aunque por esa ruta casi nunca pasaba nadie, ella trataba de estar lo más alerta posible.
Intenté continuar con la reflexión sobre Sócrates, la filosofía y los atenienses. Pero, dándome la espalda concluyó: "el río creció y encima corre más rápido; aunque no lo acepte siento que un pedazo de mi alma se va con él día a día"
Enmudecí en un silencio cobarde. La chica del peaje enterneció su cara. Miré el río y me pareció ver ese pedazo de alma arrastrada por la corriente.