domingo, 19 de diciembre de 2010

FOUCAULT

Nos conocimos de casualidad hace unos veintiseis años más o menos. Por aquel entonces Usted se estaba despidiendo, yo recién entraba. Nos conocimos, mejor dicho, lo conocí a través de un papel rugoso y medio amarillento que había viajado por todos los océanos y mares del mundo hasta llegar a este lugar extraviado y mediterráneo. Ese pedazo de papel tenía un título sugestivo, todavía lo recuerdo claramente, "Las palabras y las cosas" por M. Foucault.
Con mis dieciseis años encima de la vida la frase de presentación de esa hoja sintética y desgastada por los rumbos mundanos me impresionó. Por aquella época el interés personal por la filosofía era una experiencia problemática. Mudaba entre el misterio y la avidéz. Arrimarse a ella ameritaba toda una tarea previa, no solo de seducida lectura, sino de asociado desafío interno para encontrar sentidos a las cosas. De allí el impacto del título con el que Usted se apareció en mi vida.
Usted daba sus últimos adioses y ni se imaginaba que en un perdido barrio sureño de esta ciudad norteña, Usted, al mismo tiempo que moría, volvía a renacer en los diálogos e incertezas de alguien a quien no conoció pero que lo receptó como un Maestro en el arte del pensar.
Tuvieron que pasar largos e inhóspitos dieciseis años para que, también por obra del azar, encontrara un discipulo suyo algo más cercano en el tiempo y el espacio, y comenzar una nueva etapa de encuentros y amistades.
¿Cuál será el arcano que mueve el círculo del devenir en torno a Usted y sus pensamientos?
Así como las palabras y las cosas abrieron un mundo inesperado en torno a ciertas categorías del pensar, la arquología del saber me permitió iniciar el errático camino de desentrañar la necesidad humana de tener que habitar lugares proposicionales comunes.
¿Qué es eso que tan a flor de labios se recita en Occidente y se le llama Modernidad? ¿Cómo encontrar la parresía que ayuda al parto de la verdad en las formas? ¿Désde cuándo se fueron armando los pliegues sobre el tabú de lo normal y lo anormal?
Estas y otras interrogaciones, nunca hubiesen sido posible si Usted no me obsequiaba su estima desinteresada. Todos estos planteos jamás habrían tomado cuerpo, bajo el indescifrable sol santiagueño, sin la guía por Usted legada a partir de la idea contundente de que toda experiencia esta apuntada a dominar la subjetividad humana. La genealogía del poder se descarna a su alrededor, como aquellas naves de locos lanzadas a la mar como la apostasía a la locura de la vida misma.
Siempre en el existir quedan cuentas pendientes. Usted me regaló, a través de sus escritos, un universo exquisito con lugares escasamente frecuentados por la reflexión. Enmarcado entre el dolor de la finitud y la nobleza del vivir. Yo deseo, en estas líneas saldar, aunque más no sea, una deuda de gratitud hacia Usted Michel Foucault ¿Dónde prefiere que se le efectúe la entrega?

jueves, 16 de diciembre de 2010

HEMBRA

Se detuvo dudoso entre el cordón y la acera. A su lado, una hembra extravagante emitía un aroma arrollador. Era fatua, inalcanzable.
De pronto un par de ojos se posaron en él y dispararon una flecha de sometido instinto acosador. Se sintió cohibido, perplejo, irresuelto ¿A mí? retrucó interrogno.
Ella, la hembra infernalmente avasallante, sonrió apenas cómplice. Él sintió que se le derretía el alma junto al sexo.
Entonces, la muy tirana movió resuelta sus largas piernas y con una mueca guiñó el párpado izquierdo de ese gris profundo en la mirada. Él se imaginó el cielo entre las manos.
Ella avanzó firme. Rigidizó sus muslos y se acomodó los pechos. Se sintió ladrona. No tuvo piedad por la víctima y perdiose entre las gentes.
Él, se quedó con el cosmos, arrebatado.

CIUDADES

Para Luis Alberto, aunque tal vez nunca lo lea (que razón tenías flaco)

Abruma la cohesiva sensiblería que aflora en las ciudades. Si con solo mirar se nota que no hay diferencias entre unas y las otras, más que aquellas encontradas por el eunuco de turno.
Por el cemento desgastado de los locomóviles y con las esquinas enmarcadas en hombrecitos de luces blancas y rojas que habilitan o niegan el paso lento de las gentes, las urbes en su estirpe, no tienen grandes distinciones.
Algunos se jactan del status quo de la ciudad que ocupan. Ya sea que resalten la preponderancia de lo que allí se produce, compre o venda, o que rescaten el ávido hecho pretencioso de la modernidad que la inviste. Muchos seres, insisto, se arrogan una posicion a partir de la experiencia dramática de la vida ciudadana ¡Que flatulencia desmedida! Sin pretender ofender a nadie.
El hombre siempre tiende a adjetivar categorías adornantes o degradantes, si se me permite la expresión, para sus apreciaciones. En lo personal voy a ser enhiesto. Por lo visto hasta ahora digo y sostengo, que todos los aglomerados urbanos que pude caminar se parecen, más de lo que se desemejan.
Si es invierno, las ciudades se cubren de un hielo imperecedero, calador de carnes y osamentas. En cuanto asomas la cara a esa mole de piedra, inmediatamente te flagela el congelado soplo de la indiferencia. Esa que no quiere saber nada de vos. Por más que hayas pagado el precio más caro por recorrer el epigrama oculto, jamás lo podrás tocar. Ni siquiera esperes que te obsequie generosa una caricia piadosa de visita.
Pero, tampoco aguardes algo cuando el calor arrecie. Es más, preferirás el mayor espanto de los infiernos a esa masa informe y fingida que recorre por las calles, las veredas y los parques.
En medio de los mercachifles y abalorios; perdido entre las baratijas de las ofertas puestas para escenas en las vidrieras oropeladas; y esquivando el tufo espeso de los bares, esos ámbitos que huelen amalgamas de café y comidas siempre lista, deberás hacer malabares para no decaer y sucumbir a la martingala del bullicio.
Las gentes recorren las ciudades desde hace siglos. No se tiene memoria del momento aquel en que ellas decidieron habitarlas, para la sonrisa de la paranoia babilónica o el stress porteño, pasando por el desden santiagueño o la violencia sin límite oaxaqueña.
Las gentes perduran en las ciudades. Es el modo inventado para estar juntos, o al menos cerca. Allí apuestan sus fantasmas, redimen las esperanzas, se amortajan entre plazas desquisiadas y shopingg de última tecnología.
La muchedumbre metropolística sueña, defeca, goza con el amor y el odio, personifican las miserias y heroismos imaginarios entre hierros y plásticos, alquitranes y pinturas. Elementales leches de la ciudad.
La horda humana vive, pero no existe en la ciudad. Si no me crees, no tienes porque hacerlo, intentá buscarle sus ojos. Son miradas estólidas. De esas que se pierden para siempre las verdades del misterio.
(Rivera Indarte y Maipu, Córdoba, diciembre 14 del 2010, 11 am. Pero da igual si era Corrientes y Esmeralda o Pedro L Gallo y Belgrano, por nombrar algunos sitios)

lunes, 6 de diciembre de 2010

RITUAL

Por más que me esmeres en negarlo, él se abalanza. Me persigue. Se pega a la piel como una costra perturbadora. Un eczema maloliente primitivamente delator.

Es común verse en el espejo del ritual. Da temor cuando falto a la cita ritualista de mezquindades y simplezas.

Los disfraces profesionales son inútiles para sosegar su presencia. No hay nada que lo desherede. Uno lo toma como viene. Inventa la palabra fatalidad para justificarlo. Desanda los caminos con la imprecisa certeza de poder engañar sus nostalgiosas trampas. Pero todo esfuerzo es futil.

El rito se presenta a la hora indicada, aunque no tengo idea de ella. Aunque me palpite el corazón y crea que el origen de esas sensaciones glamorosamente terrenales, sean el preanuncio del toque a mi puerta. Sentirse elegido para el rito es la mayor vanagloria del hombre en cualquier instante. He ahí la más profunda de las contradicciones. Huirle pero desearlo, todo a la vez. En un efímero momento.

Al ritual lo embelezo, lo denigro, lo odio. Pero termino aceptándolo. Me conformo con la total indiferencia.

Una curiosidad, puede pasar el tiempo de los tiempos y siempre estará él; impávido; indicador.
Con el sonriente desatino de su voz ahuecada y profunda.

El más eficaz de los humanos encantos no logrará hacerle mella. A pesar que me degrade Cronos, Tánatos y Eros; él seguirá su faena imperturbable.

Ritual. Palabra humana de seis letras. Multifacética. Rodeada de sombras y de sarcasmos. Inevitable oximoron.

Ritual. Te desafío, aunque no logro dominar mi miedo.