Por más que me esmeres en negarlo, él se abalanza. Me persigue. Se pega a la piel como una costra perturbadora. Un eczema maloliente primitivamente delator.
Es común verse en el espejo del ritual. Da temor cuando falto a la cita ritualista de mezquindades y simplezas.
Los disfraces profesionales son inútiles para sosegar su presencia. No hay nada que lo desherede. Uno lo toma como viene. Inventa la palabra fatalidad para justificarlo. Desanda los caminos con la imprecisa certeza de poder engañar sus nostalgiosas trampas. Pero todo esfuerzo es futil.
El rito se presenta a la hora indicada, aunque no tengo idea de ella. Aunque me palpite el corazón y crea que el origen de esas sensaciones glamorosamente terrenales, sean el preanuncio del toque a mi puerta. Sentirse elegido para el rito es la mayor vanagloria del hombre en cualquier instante. He ahí la más profunda de las contradicciones. Huirle pero desearlo, todo a la vez. En un efímero momento.
Al ritual lo embelezo, lo denigro, lo odio. Pero termino aceptándolo. Me conformo con la total indiferencia.
Una curiosidad, puede pasar el tiempo de los tiempos y siempre estará él; impávido; indicador.
Con el sonriente desatino de su voz ahuecada y profunda.
El más eficaz de los humanos encantos no logrará hacerle mella. A pesar que me degrade Cronos, Tánatos y Eros; él seguirá su faena imperturbable.
Ritual. Palabra humana de seis letras. Multifacética. Rodeada de sombras y de sarcasmos. Inevitable oximoron.
Ritual. Te desafío, aunque no logro dominar mi miedo.
lunes, 6 de diciembre de 2010
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