jueves, 16 de diciembre de 2010

CIUDADES

Para Luis Alberto, aunque tal vez nunca lo lea (que razón tenías flaco)

Abruma la cohesiva sensiblería que aflora en las ciudades. Si con solo mirar se nota que no hay diferencias entre unas y las otras, más que aquellas encontradas por el eunuco de turno.
Por el cemento desgastado de los locomóviles y con las esquinas enmarcadas en hombrecitos de luces blancas y rojas que habilitan o niegan el paso lento de las gentes, las urbes en su estirpe, no tienen grandes distinciones.
Algunos se jactan del status quo de la ciudad que ocupan. Ya sea que resalten la preponderancia de lo que allí se produce, compre o venda, o que rescaten el ávido hecho pretencioso de la modernidad que la inviste. Muchos seres, insisto, se arrogan una posicion a partir de la experiencia dramática de la vida ciudadana ¡Que flatulencia desmedida! Sin pretender ofender a nadie.
El hombre siempre tiende a adjetivar categorías adornantes o degradantes, si se me permite la expresión, para sus apreciaciones. En lo personal voy a ser enhiesto. Por lo visto hasta ahora digo y sostengo, que todos los aglomerados urbanos que pude caminar se parecen, más de lo que se desemejan.
Si es invierno, las ciudades se cubren de un hielo imperecedero, calador de carnes y osamentas. En cuanto asomas la cara a esa mole de piedra, inmediatamente te flagela el congelado soplo de la indiferencia. Esa que no quiere saber nada de vos. Por más que hayas pagado el precio más caro por recorrer el epigrama oculto, jamás lo podrás tocar. Ni siquiera esperes que te obsequie generosa una caricia piadosa de visita.
Pero, tampoco aguardes algo cuando el calor arrecie. Es más, preferirás el mayor espanto de los infiernos a esa masa informe y fingida que recorre por las calles, las veredas y los parques.
En medio de los mercachifles y abalorios; perdido entre las baratijas de las ofertas puestas para escenas en las vidrieras oropeladas; y esquivando el tufo espeso de los bares, esos ámbitos que huelen amalgamas de café y comidas siempre lista, deberás hacer malabares para no decaer y sucumbir a la martingala del bullicio.
Las gentes recorren las ciudades desde hace siglos. No se tiene memoria del momento aquel en que ellas decidieron habitarlas, para la sonrisa de la paranoia babilónica o el stress porteño, pasando por el desden santiagueño o la violencia sin límite oaxaqueña.
Las gentes perduran en las ciudades. Es el modo inventado para estar juntos, o al menos cerca. Allí apuestan sus fantasmas, redimen las esperanzas, se amortajan entre plazas desquisiadas y shopingg de última tecnología.
La muchedumbre metropolística sueña, defeca, goza con el amor y el odio, personifican las miserias y heroismos imaginarios entre hierros y plásticos, alquitranes y pinturas. Elementales leches de la ciudad.
La horda humana vive, pero no existe en la ciudad. Si no me crees, no tienes porque hacerlo, intentá buscarle sus ojos. Son miradas estólidas. De esas que se pierden para siempre las verdades del misterio.
(Rivera Indarte y Maipu, Córdoba, diciembre 14 del 2010, 11 am. Pero da igual si era Corrientes y Esmeralda o Pedro L Gallo y Belgrano, por nombrar algunos sitios)

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