viernes, 15 de julio de 2011

Conversaciones con la chica del peaje... ROYALINA

Te acordás, hermanita. Cómo olvidarlo. Quien hubiera apostado. Pasar de aquel salitral a ese lugar maravilloso llamado Santos Lugares. Tropezón, para ser más preciso.
Todavía me acuerdo de la anécdota que me contaste sobre aquel nombre: "se llama así, Tropezón, porque dicen que Rosas viniendo a caballo desde el Palomar de Caseros se cayó justo aquí. Dió un Tropezón..." y te reiste de la confesión. ¡Cómo solíamos reirnos por entonces! Es que estabamos todos. Hoy varios se fueron para siempre. Ya nunca más los volveremos a ver.
Allí, entre la historia relatada y los trenes eléctricos del Urquiza, conocimos la Royalina. Cuando la trajiste en ese paquetito tan frágil y llamativo, te lo digo ahora, me agarró una decepción. Me la habías pintado como algo mágico, un polvito que mezclado con agua se transformaba en elíxires saborizados de manzana, naranja, banana y no se que otros más, totalmente desconocidos por mi. Acordate que yo venía del Norte donde todavía estabamos acostumbrados al arrope con queso, o a las empanadillas, esas que tanto te gustaban. y que a mí me hinchaban la panza como globo.
Pero, cuando a la Royalina la volcaste en el agua y después de batirla un ratito, no lo podía creer. Ese sabor desconocido a mis papilas gustativas quedó registrado para siempre en algún rincón de la memoria.
Hoy, que pasaron los años, más de seis lustros, todavía me acuerdo de aquel barrio llamado Santos Lugares, de su tren eléctrico que me asombraba tanto, de la historia de Rosas, de la Iglesia de Lourdes y de la Royalina. Y, por supuesto, de vos hermanita.