A veces se vuelve imprescindible un ejercicio de sano cuestionamiento. Otras veces se torna necesario otorgarle entidad a aquello que ni siquiera esta presenta en la mente. Es complejo mirar y compaginar rasgos tan disímiles y, hasta si se quiere, tan caprichosamente ocultos.
Un poco de simpleza ante tanta complejidad es una de las muestras mas certeras de honestidad. Algo muy costoso hoy en día, mas cuando las caretas pululan aunque no sea el carnaval; la carne vale, pero no para este tipo de festejo. Este ruín devenir de miserables intringulis que nos plantea el desafío de la suerte.
Ella, la suerte, se encarga la tarea tortuosa de disfrazarse para una boda, pero con la ropa mas extravagantemente inesperada. Es mas, a veces, se presenta desnuda.
Desconcierta, la suerte, con su actitud. Nos golpea la puerta. Nos da palmaditas. Nos invita a acompañarla en largas jornadas de placer y desengaño. Es la suerte la que de a poco nos introduce en otra dimensión. Nosotros, sin darnos cuenta de la mas puta idea, caminamo y caminamos a la par.
Algunos defensores de las grandes estructuras religiosas nos rebaten con profundos postulados sobre la inexistencia de la suerte. Nos aseguran, bajo juramento, que es imposible su corporea presencia. La suerte es un invento, afirman, recostados en sus tronos oropelados. Solo los necios e ignorantes pueden creer en ella, sustentan pretenciosos.
Otros hombre, entendidos de las artes del gobierno eternamente efímero de lo humano, aseguran que lo único que existe es el poder. La capacidad, dicen, de producir una modificación en la cuña de los tiempos. Y así los vemos, jugando a los amigos y enemigos. Probando el genoma para poder descifrar el mas preciado de los misterios. Pero juran y perjuran que el poder, la capacidad, solo la utilizan con fines nobles. Altruismo que le dicen.
Hay quienes se adosan la categoría del pensar profundo. El mundo de las artes, las ciencias y la meditación, no tiene secretos para esta gente. Por supuesto, la suerte es una palabra que causa risas entre estos abnegados escudriñadores de la razón humana y sobrehumana. En su afán de interpretar hasta el último rincón del pensamiento, suelen burlarse del destino. Le hacen una mueca bufona a la diosa Casandra.
Como simple mortal, creo en la suerte. Y como eterno pelotudo creo que le escupí la cara varias veces. Algunas a propósito, para desafiarla, atizarla. Otras, la mayoría, sin saber que ella me acompañaba a la par. No supe la diferencia entre ella y lo inexorable. Fui pretenciosamente necio para reconocer sus manos extendidas. Las confundí con cadenas, con aparejos, con limitaciones al devenir.
Que error fue aquello de escupir la suerte. Ahora ya no viene a golpearme la puerta. Como la extraño. Y a veces, lo confieso, hasta lloro como niño lo ocurrido.
domingo, 18 de abril de 2010
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