Que hermosa palabra es entrañable. Tiene una musicalidad propia. Un son y ritmo bailable. Es poeticamente delicada.
Entrañable: de amable entraña. De entraña amable. Es como decir de buena madera, de buena madre.
Algo es entrañable cuando es querido y querible. Por ejemplo: la siesta.
Ah, que cosa querible y querida la siesta. No solo para dormir. Sino para estar bien despierto y remover y remover. Recuerdos, nostalgias, penas y simplezas. Porque a la siesta, de manera libre, el tiempo no pasa. Uno mira el reloj con campanillas, ese del tic tac bien sonoro, y pareciera que sus agujas se congelaron en las dos y media. Ni un minuto mas, ni una hora menos.
A la siesta aflora la imaginación, la pereza, la indecencia de despatarrarse en la cama peleando con el sueño para soñar despierto. Con los ojos bien abiertos y la mente bien dispuesta a digerir ese pesado almuerzo de verano que no termina de pasar nunca.
Junto al arrollador tren de la digestión, la siesta se presenta desafiante. Como aquel amor clandestino pactado para esas horas intermedias, que apura por encontrar una pronta salida airosa. Hasta ese amor se torna entrañable en el período siesteril sagrado.
Ni que decir de la arrogancia de los mates siesteros. Esos que uno toma para bajar el engullón del mediodia. Esos mates si que son de buena entraña. Mas bien de entraña bien llena, bastante opípara.
Entrañable. Los amigos son entraña amable. Algunos parientes, resultan de buena entraña. Y muchos vecinos son de buena madre. Mas cuando te tiran la basura a escondidas para que vos la levantes por la tarde, después de la siesta, y como castigo a tu clandestino y envidiado amorío entrañable.
martes, 23 de febrero de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario