Una mirada santiagueña sobre
el realismo argentino
Sostiene Don Bernardo Canal Feijoo, ese ilustre intelectual y abogado santiagueño, que hay diferentes modos
de crear conceptos para interpretar la realidad circundante. Indica don
Bernardo que ese evento es procesual. Es en el transcurrir de la socialización
de esas significaciones, las que le brindan un manto de aceptación o rechazo en
el ámbito público para la controversia. Para la ocasión dejo de lado la discusión
privada, ese terreno que los juristas denominan derechos personalísimos, no es
objeto de este escrito.
Hay un concepto que ha tomado
vuelo, por lo menos vuelo norteño. Se lo resume con una expresión popular, no
demagógica, muy repetida: “Y… hay que parar la olla”. Sus orígenes son
difíciles de rastrear, pero actualmente esta expresión popular ha sido
aggiornada con otras más cercanas: “billetera mata galán”, una frase devenida
del espectáculo, o la tan famosa “les hablé con el corazón y me respondieron
con el bolsillo”, proposición tendiente a reflejar ciertos aires de impotencia
ante el desafío máximo de la política: volver posible el arte de lo imposible.
Lo llamativo de todos estos dichos,
y muchos otros más, no incluidos para no aburrir al lector pero que él bien
puede imaginar y comparar, es que en ellos subyace un concepto interpretador
del realismo argentino que se lo podría expresar así: el campo de la economía
supera a la discusión política. Por lo tanto, la precedente conclusión
permitiría arriesgar que la fisura del relato del sector gobernante que
controla actualmente el Estado argentino, queda sensiblemente expuesta.
¿Cuál es esa exposición? ¿Qué profundidad
tiene esa fisura? ¿Cómo influye en el realismo argentino? Intentaré responder a
los mismos, sin que ello amerite el poder de la verdad. Sólo lo hago en el
plano de los intentos, que es el raso de lo previo.
“Y… tengo que parar la olla,
chango”.
Esa pura y elemental frase
desnuda la fragilidad del relato oficial. El expresador de la misma, que puede ser
cualquiera de nosotros, no recurre a los artilugios sofisticados para exhibir
el predominio del peso de la economía. Antes que ocuparse de la cosa pública, previo
a cualquier ingeniería política, inicial a todo intento de orden jurídico; lo
primero que hay que conseguir es el sustento diario, nos indica. Aquel que permite satisfacer las
necesidades primarias, secundarias, personales y sociales, las básicas y de
lujo. El expresador de la frase no piensa en términos de política agonal, ni
siquiera se embeleza con intentos reflexivos sobre el origen de los males
históricos o sociales que nos atraviesan como colectivo.
La máxima popular es dura,
plena y pragmática a la vez. Primero que todo. está el sustento que permite colmar
ese recipiente simbólico llamado olla. Y que en el llenado se incluye lo que se
necesite realmente; mejor dicho lo que cada uno cree que es lo preciso. No lo
que se pueda (de allí el rechazo generalizado a los seis pesos por olla que sostiene el
INDEC). Es el deber ser kantiano expresado en términos culinarios. Después de
todo ¿Quién no tiene una ollita en su casa? ¿Quién alguna vez en su vida no ha
practicado el discreto encanto de llenarla, aunque sea con piedras, tal como lo
hacía la mujer de aquel coronel que no tenía quien le escriba?
Y es frente a ese pragmatismo
legitimado por siglos de experiencia, que el relato del partido en ejercicio
actual de los poderes estatales, se cae a pedazos. Porque ellos prorrumpen a los cuatro
vientos que estos años fueron de reconstrucción de la política, que ella dio de
baja a la economía, que se impuso en el campo de las ideas.
Pero resulta que las ollas
(cacerolas) son las que suenan colectivamente y derrumban las odas a la
resucitación. Y todos los resucitadores deben comenzar a ocuparse de ese objeto
pueril, olvidado, maltratado y cotidiano que es la olla.
Pero el acto simbólico de
parar la olla también marca la profundidad de la fisura que atraviesa la
sociedad en su intento de asir este realismo argentino. Ese continente
cotidiano de la moderna cocina, tiene la riqueza de manifestar que, mientras no
se resuelvan cuestiones liminares, las grietas sociales no se detendrán. Mucho
menos, cicatrizaran.
Y entre esos múltiples asuntos se destacan dos: la
revalorización del federalismo como técnica de organizar el poder territorial y
la redistribución más equitativa de lo que millones de argentino producen a
diario, evitando que unos pocos se la lleven con palas (en lo personal pienso
que usan máquinas topadoras). Para que estos mojones se encuadren en el terreno
del realismo argentino, habría que exorcizar el determinismo implícito en el
pragmatismo del parador de ollas, aquel que machaca sobre lo urgente para dejar
de lado lo importante.
Final con tapa y todo.
La acción de parapetar la
olla y henchirla con un contenido sustancial merece ser reconocida como una
línea que separa la realidad de la fantasía. Sin parar la olla no se puede
vivir, he aquí lo urgente. Pero, solamente parando la olla no basta; lo
importante se encarna en su plenitud. Y ambos, lo urgente y lo importante, se
sientan frente a cada uno de nosotros e interrogan, poniendo cara de perro que ha
volteo’ la olla (perdón por el santiagueñismo), ¿para cuando joven, para
cuando? Moviéndonos hacia un acto selectivo al que, creo, aún no nos hemos
animado.
¿Será por ello que el ruido
monocorde de las descalabradas ollas (cacerolas) se volvieron el único idioma
entendible en el realismo político argentino?
Interesante escrito, imposible responder la pregunta final
ResponderEliminarUn abrazo
Sabés, es una mirada compartida. A veces en el interior la trama compleja se tensa de otra manera. Por eso lo del federalismo redistributivo, no solo de bienes materiales sino de los otros, esos que hacen a la esencia de la ciudadanía.
EliminarNo quisiera quedar en la trampa de dos. Prefiero jugar el juego de varios. En la variedad esta el gusto. Por eso creo que debemos cambiar el ruido por las voces.
Saludos cordiales.