domingo, 23 de septiembre de 2012

El discreto encanto de parar la olla.




Una mirada santiagueña sobre el realismo argentino

Sostiene Don Bernardo Canal Feijoo, ese ilustre intelectual y abogado santiagueño, que hay diferentes modos de crear conceptos para interpretar la realidad circundante. Indica don Bernardo que ese evento es procesual. Es en el transcurrir de la socialización de esas significaciones, las que le brindan un manto de aceptación o rechazo en el ámbito público para la controversia. Para la ocasión dejo de lado la discusión privada, ese terreno que los juristas denominan derechos personalísimos, no es objeto de este escrito.
Hay un concepto que ha tomado vuelo, por lo menos vuelo norteño. Se lo resume con una expresión popular, no demagógica, muy repetida: “Y… hay que parar la olla”. Sus orígenes son difíciles de rastrear, pero actualmente esta expresión popular ha sido aggiornada con otras más cercanas: “billetera mata galán”, una frase devenida del espectáculo, o la tan famosa “les hablé con el corazón y me respondieron con el bolsillo”, proposición tendiente a reflejar ciertos aires de impotencia ante el desafío máximo de la política: volver posible el arte de lo imposible.
Lo llamativo de todos estos dichos, y muchos otros más, no incluidos para no aburrir al lector pero que él bien puede imaginar y comparar, es que en ellos subyace un concepto interpretador del realismo argentino que se lo podría expresar así: el campo de la economía supera a la discusión política. Por lo tanto, la precedente conclusión permitiría arriesgar que la fisura del relato del sector gobernante que controla actualmente el Estado argentino, queda sensiblemente expuesta.
 ¿Cuál es esa exposición? ¿Qué profundidad tiene esa fisura? ¿Cómo influye en el realismo argentino? Intentaré responder a los mismos, sin que ello amerite el poder de la verdad. Sólo lo hago en el plano de los intentos, que es el raso de lo previo.
“Y… tengo que parar la olla, chango”.
Esa pura y elemental frase desnuda la fragilidad del relato oficial. El expresador de la misma, que puede ser cualquiera de nosotros, no recurre a los artilugios sofisticados para exhibir el predominio del peso de la economía. Antes que ocuparse de la cosa pública, previo a cualquier ingeniería política, inicial a todo intento de orden jurídico; lo primero que hay que conseguir es el sustento diario, nos indica. Aquel que permite satisfacer las necesidades primarias, secundarias, personales y sociales, las básicas y de lujo. El expresador de la frase no piensa en términos de política agonal, ni siquiera se embeleza con intentos reflexivos sobre el origen de los males históricos o sociales que nos atraviesan como colectivo.
La máxima popular es dura, plena y pragmática a la vez. Primero que todo. está el sustento que permite colmar ese recipiente simbólico llamado olla. Y que en el llenado se incluye lo que se necesite realmente; mejor dicho lo que cada uno cree que es lo preciso. No lo que se pueda (de allí el rechazo generalizado a los seis pesos por olla que sostiene el INDEC). Es el deber ser kantiano expresado en términos culinarios. Después de todo ¿Quién no tiene una ollita en su casa? ¿Quién alguna vez en su vida no ha practicado el discreto encanto de llenarla, aunque sea con piedras, tal como lo hacía la mujer de aquel coronel que no tenía quien le escriba?
Y es frente a ese pragmatismo legitimado por siglos de experiencia, que el relato del partido en ejercicio actual de los poderes estatales, se cae a pedazos. Porque ellos prorrumpen a los cuatro vientos que estos años fueron de reconstrucción de la política, que ella dio de baja a la economía, que se impuso en el campo de las ideas.
Pero resulta que las ollas (cacerolas) son las que suenan colectivamente y derrumban las odas a la resucitación. Y todos los resucitadores deben comenzar a ocuparse de ese objeto pueril, olvidado, maltratado y cotidiano que es la olla.
Pero el acto simbólico de parar la olla también marca la profundidad de la fisura que atraviesa la sociedad en su intento de asir este realismo argentino. Ese continente cotidiano de la moderna cocina, tiene la riqueza de manifestar que, mientras no se resuelvan cuestiones liminares, las grietas sociales no se detendrán. Mucho menos, cicatrizaran. 
Y entre esos múltiples asuntos se destacan dos: la revalorización del federalismo como técnica de organizar el poder territorial y la redistribución más equitativa de lo que millones de argentino producen a diario, evitando que unos pocos se la lleven con palas (en lo personal pienso que usan máquinas topadoras). Para que estos mojones se encuadren en el terreno del realismo argentino, habría que exorcizar el determinismo implícito en el pragmatismo del parador de ollas, aquel que machaca sobre lo urgente para dejar de lado lo importante.

Final con tapa y todo.
La acción de parapetar la olla y henchirla con un contenido sustancial merece ser reconocida como una línea que separa la realidad de la fantasía. Sin parar la olla no se puede vivir, he aquí lo urgente. Pero, solamente parando la olla no basta; lo importante se encarna en su plenitud. Y ambos, lo urgente y lo importante, se sientan frente a cada uno de nosotros e interrogan, poniendo cara de perro que ha volteo’ la olla (perdón por el santiagueñismo), ¿para cuando joven, para cuando? Moviéndonos hacia un acto selectivo al que, creo, aún no nos hemos animado.
¿Será por ello que el ruido monocorde de las descalabradas ollas (cacerolas) se volvieron el único idioma entendible en el realismo político argentino?

2 comentarios:

  1. Interesante escrito, imposible responder la pregunta final
    Un abrazo

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    1. Sabés, es una mirada compartida. A veces en el interior la trama compleja se tensa de otra manera. Por eso lo del federalismo redistributivo, no solo de bienes materiales sino de los otros, esos que hacen a la esencia de la ciudadanía.
      No quisiera quedar en la trampa de dos. Prefiero jugar el juego de varios. En la variedad esta el gusto. Por eso creo que debemos cambiar el ruido por las voces.
      Saludos cordiales.

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