miércoles, 10 de marzo de 2010

destrucción

La implacable destrucción no se detiene. Día a día carcome los mas recónditos vestigios del ánima. Ya ni siquiera queda pendiente alguna duda, alguna espera. Una palabra.
Es que la destrucción es impiadosa. Una vez que suelta sus agallas es muy dificil de parar la avidez. Es como liberar a varios diablos a la vez. Y no le importa el honor, la fortuna ni el desatino de los arruinados sometidos.
Adquiere la rubia forma de la intriga convaleciente en el secreto a voces. Avanza sobre las víctimas. Se apodera de las indefensas biografías , amparándose en la institucionalidad sacralizada por vaya a saber que tabú del tiempo.
La destrucción se asemeja a una hembra enardecida por el coito siempre denegado en el último éxtasis del placer. Ello la marcará para siempre. Y por lo que le queda de eternidad buscará impávida la venganza. Y se alimentará de las tripas viscosas y los corazones adormecidos de esos esclavizados seres que pululan por las habitaciones ciudadanas. Esos ruines vivientes que no se animan a enfrentarla. Porque prefieren dormir con la espasmódica cobardía, a despertar envueltos de rabia y rebelión.
La destrucción es la atormentada hipocresía deshonrada por compartir el miserable arcano de los celos apócrifos; y llevar a cuesta toda una existencia prestada, a cambio de unas pocas monedas de un peso devaluado. De entregarse al artificio lujurioso del instante. de obtener la satisfacción engañosa de la certeza hacia ninguna cosa.
No me veré arrodillado en esos altares. Ni mucho menos inspirando su podrido hálito .
Es la promesa, es el conjuro.

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